Mentalidad colonial: antes de la Independencia

Las mujeres de esta ciudad [Montevideo] son las más pulidas de todas las americanas españolas, y comparables a las sevillanas, pues aunque no tienen tanto chiste, pronuncian el castellano con más pureza. He visto sarao al que asistieron ochenta, vestidas a la moda, diestras en la danza francesa y española, y sin en embargo de que su vestido no es comparable en lo costoso al de Lima y demás del Perú, es muy agradable por su compostura y aliño. (…) Ellas cortan, cosen y aderezan sus batas y andrieles con perfección, porque son ingeniosas y delicadas costureras. (Calixto Bustamante Carlos Inca (Concoloncorvo): Lazarillo de los Ciegos Caminantes)

Benito Jerónimo Feijóo

Desde la Antigüedad, la literatura confrontaba la vida citadina con la campesina, para demostrar la superioridad de la segunda sobre la primera, comenzando por la moralidad y salud. El padre Benito Jerónimo Feijoo retoma el tópico a mediados del siglo XVIII, al comparar la vida en la corte española con la vida en una aldea, pero no puede ignorar que la cultura de los centros periféricos dejaba mucho que desear. No era ningún secreto que los conocimientos y las comodidades de la vida cotidiana, no estaban equitativamente distribuidos por todo el territorio. Las metrópolis coloniales acaparaban lo mejor del sistema y la periferia se quedaba con el resto, no necesariamente aquello que se correspondía a sus expectativas.

Lo notable era que muy de vez en cuando pasara lo contrario. En 1803, Carlos IV envía una Real Expedición Filantrópica, a difundir la vacuna antivariólica recientemente descubierta, por todas las colonias españolas, tanto en América como en Asia. El evento fue saludado por las mentes más ilustradas, como una muestra contundente de la inusitada generosidad del monarca (a quien la enfermedad le había hecho perder a una de sus hijas, mientras que en el Caribe había asolado a Colombia y Venezuela). Un joven funcionario criollo, el caraqueño Andrés Bello, celebró la visita con un poema de circunstancias:

Andrés Bello en la madurez

Carlos manda; y al punto una gloriosa / expedición difunde en sus inmensos / dominios el salubre beneficio / de aquel grande y feliz descubrimiento. / Él abre de su erario los tesoros; / y estimulado con el alto ejemplo / de la regia piedad, se vigoriza / de los cuerpos patrióticos el celo. / Él escoge ilustrados profesores / y un sabio director, que, al desempeño / de tan honroso cargo, contribuyen / con sus afanes, luces y talento. (Andrés Bello: Oda a la Vacuna)

¿Es el discurso oportunista y obsecuente de un empleado público deseoso de congraciarse con sus empleadores? Bello elogia al monarca por una decisión humanitaria, pero no se pronuncia por la totalidad del régimen colonial. Para la mentalidad de la época, el halago destinado al poderoso puede verse como un gesto de cortesía, antes que como la complicidad con un sistema político denostado. Nuestra forma de concebir hoy las relaciones entre un intelectual y un gobernante por derecho divino, se encuentra bastante lejos de corresponderse con la mentalidad de entonces. Aquello que hoy resulta inaceptable, hace dos siglos no pasaba de ser una demostración de buena crianza, tanto más notable por provenir de un rincón poco destacado del imperio.

La monarquía era detestada cuando se la veía como un sistema que imponía impuestos abusivos y restringía las importaciones, pero al mismo tiempo era apoyada cuando vendía títulos nobiliarios a quien pudiera costearlos (como demostraban las gestiones de la familia Bolívar en los años previos a la Independencia) o participaba en festejos para celebrar la asunción de nuevos monarcas (que no habrían de visitar nunca a sus colonias).

Mujeres chilenas de 1790

Mentalidad es la manera de actuar, imaginar, pensar y sentir, propia de un grupo de seres humanos en una determinada época, definible por las estructuras económicas y sociales que ellos experimentan. A la inversa, las representaciones mentales influyen en la práctica cotidiana de la gente (los caraqueños que desconfiaban del progreso, huían para no recibir la vacuna, por temor a enfermar de lo mismo que se intentaba inmunizarlos). Los dos órdenes no siempre suelen coincidir y no obstante influyen el uno sobre el otro. Las ideas que a veces impulsan los cambios sociales, en otras ocasiones los estorban.

¿Cuánto tiempo demora una sociedad en cambiar de mentalidad? ¿Cuánto tiempo los habitantes de un país permanecen adheridos a una estructura dada del pensamiento? (…) Por lo general, los cambios que se detectan en las estructuras adyacentes a las mentales (…) nos dan la pauta de los síntomas del cambio de mentalidad. (Rolando Mellafe Rojas: Historias de las mentalidades: una nueva alternativa)

Colonos ingleses en América del Norte

La sociedad de las colonias inglesas de América del Norte, parece haber quedado marcada por la penuria inicial que sufrió, al asentarse en un territorio dotado de pocos recursos naturales y los hábitos frugales del mundo protestante, donde el trabajo personal, la eficacia y el ahorro eran las virtudes cardinales. Había que producir, sin detenerse en el esfuerzo que requiriera, porque de esa forma el hombre se apartaba del pecado, un comportamiento que prosperaba en la ociosidad.

Quien trabajaba, rendía de ese modo su homenaje al Creador. El holgazán era visto como un personaje indeseable, prácticamente un blasfemo, que desaprovechaba los recursos que Dios brinda a sus criaturas. Hasta los políticos e intelectuales estaban obligados a producir, para que se respetara su posición destacada. Tanto rigor ético no les impedía explotar el trabajo esclavo, de gente proveniente de otras culturas, que por haber estado excluidos del cristianismo, quedaban expuestos a un trato utilitario, que podía ser despiadado.

Las colonias españolas y portuguesas, se regían por otros códigos morales. No solo habían ocupado territorios que brindaban estructuras organizadas, como era el caso de los imperios azteca e inca, sino que habían capturado enormes recursos, que iban a distorsionar la economía europea y alimentar guerras expansionistas. La idea de que no sería necesario esforzarse demasiado para salir adelante, que el trabajo era una actividad degradante y quedaba reservada a la gente de inferior calidad, terminó por asentarse profundamente en la mentalidad criolla.

Conciencia de este nuevo estar en el mundo que era estar en América, y cultivando morosamente nuevos hábitos durante una larguísima, inacabable siesta colonial. ¿Quién diría todo lo que se elaboró de modo perdurable en pensamiento y sentimiento durante esa pesada siesta subtropical? (Ángel Rama: Literatura, Cultura, Sociedad en América Latina)

Tenderse a descansar en medio de la jornada, interrumpir las actividades productivas, para establecer una pausa reparadora, después del almuerzo, era una situación impensable para un protestante. El término siesta proviene del latín, la hora sexta de la jornada, que se extendía entre el mediodía y las dos o tres de la tarde, según la época del año. Durante la vida en la colonia, era un momento respetado por todos los sectores de la sociedad.

No son pocos los que han hablado de la siesta colonial que vivió el Nuevo Mundo, desde las llegada de los europeos, hasta comienzos del siglo XIX, cuando irrumpe la guerra de la Independencia, pero también después de instalado el régimen republicano, como un atavismo que impedía alcanzar el progreso que caracterizó a las colonias inglesas del norte.

Reina entre los correntinos un silencio de muerte. La mayor parte creen haber llegado al colmo de la felicidad humana, cuando seguros de encontrar un sitio para dormir la siesta durante el intenso calor del día, para beber su mate, fumar y cigarro y dormir todas las noches al abrigo de los mosquitos, para encontrar el día siguiente la misma ociosidad y los mismos placeres. (A. D´Orbogny y J.N.Eyries: Viaje Pintoresco a las dos Américas, Asia y África)

Un hecho tan protocolar como la llegada de nuevas autoridades coloniales (que la Corona reemplazaba periódicamente, para limitar los abusos en los que caían las autoridades designadas, o para darle oportunidad de enriquecerse a otros favoritos del régimen) brindaba la ocasión de festejos que quebraban la rutina. En lugares donde todo el mundo se conocía demasiado, la aparición de desconocidos prometía reducir el tedio.

Ante la carencia de eventos públicos aptos para el disfrute conjunto de toda la familia, fuera de los periódicos oficios religiosos, que debían ser frecuentados con regularidad, para evitar sospechas de herejía, el hogar era la sede ideal para la realización de gran parte de la actividad social que se llevaba a cabo durante el régimen colonial.

En el interior de los hogares, una parte considerable de las diversiones incorporaban a los niños y adultos por igual. Se jugaba en familia a las prendas, a la gallina ciega, al Corre el Anillo, a las penitencias y estatuas. Se ejecutaba música sencilla, se cantaba sin demasiados refinamientos, se recitaban poemas de circunstancias.

Bailar bajo techo o al menos bailar entre cuatro paredes, como podía hacerse en un patio familiar, era un privilegio reservado a la clase dirigente. Ellos disponían de salones del tamaño adecuado para recibir a los vecinos de su mismo nivel social, que no podían ser muchos y a los escasos visitantes que llegaban del exterior (como fue el caso del sabio Alexander von Humboldt, de paso por Caracas en los últimos meses de 1799). No hacía falta acondicionar espacios muy grandes, porque lo que se disfrutaba era reservar la diversión a unos pocos. No hacía falta invitar a cualquier conocido, sino (exclusivamente) a aquellos con quienes se deseaba mantener una relación familiar o de negocios.

Los blancos bailaban la música ejecutada por instrumentos de cuerdas, mientras los pardos bailaban la música del arpa y las flautas. En cuanto al pueblo llano, los esclavos y sus descendientes, le bastaban los tambores que habían traído sus ancestros de África.

En el Virreinato de Nueva Granada se practicaba una modalidad compleja de diversión pública animada por bandas militares, que permitía utilizar el mismo espacio para alternar bailes que separaban a sus participantes de acuerdo a las castas que existían en la sociedad. En el Baile Primero participaban exclusivamente los blancos. En el Baile Segundo se permitía el acceso de los pardos. En el Baile Tercero, finalmente, podían participar los negros libres. No era cosa de promover el contacto festivo de gente que en la vida cotidiana se encontraba demasiado cerca, y no obstante separada por jerarquías imposibles de burlar. Los bailarines de los distintos estamentos podían participar, si lo deseaban, en el baile del estamento inferior (degradándose por un rato), pero no pasaba lo mismo si alguien se atrevía a intentar la situación inversa.

Durante el Siglo XVIII, se intentó moderar la afición de los españoles (peninsulares y americanos por igual) por los juegos de azar. En las colonias se prohibió repetidamente la importación de naipes de España, en la confianza de poner límite a un vicio que arruinaba muchos hogares, razón por la cual se los obtenía del contrabando. La independencia no logró cambiar demasiado esos hábitos improductivos.

Disipar por unas cuantas horas el aburrimiento inevitable de las colonias, donde aquellos que realmente trabajaban podían estar cansados por jornadas de sol a sol, pero los propietarios, aquellos que gozaban de una posición desahogada, no tenían nada que hacer (para eso habían adquirido o heredado la cantidad de esclavos que necesitaban)  tiene que haber sido una de las preocupaciones cotidianas de mucha gente y una fuente de resentimiento, cuando comparaban su situación con la que imaginaban de la corte europea. Allí sí valía la pena acumular un capital, porque había más de una oportunidad para gastarlo.

Alexander von Humboldt

¿A quién se le hubiera ocurrido explorar el monte Ávila y la llamada Silla de Caracas, que los vecinos podían ver desde sus ventanas todos los días? Humboldt y Bonpland habían llegado en los últimos días de noviembre de 1799 y comprobaron que una excursión como esa, que podía ser tan excitante para un par de europeos amantes de las ciencias, que a cada paso descubrían animales y plantas desconocidas, no había figurado nunca entre las alternativas de los intelectuales caraqueños, formados en el estudio de la cultura clásica de otro continente, que ya por entonces resultaba limitada y anticuada.

Los extranjeros fueron recibidos por altos los funcionarios españoles y los grandes hacendados criollos (los amos del valle), enriquecidos con el comercio del cacao, que podían hacer ostentación de su fortuna ante los viajeros, a quienes observaban con una mezcla de curiosidad y sorna (les costaba comunicarse, vestían de otra manera) a lo que se sumaba algo de envidia (estaban de paso, llegaban de la distante Europa que la mayoría no había visitado nunca) y no poca desconfianza.

Lo más probable era que los extranjeros, a pesar de que cortejaran a alguna dama, no se asentarían en la región, ni ejercerían ninguna influencia duradera sobre la sociedad local. Podía ocultársele eventos recientes, como la conspiración independentista de Gual y España que había ocurrido en un sitio tan próximo como La Guaira, o la revuelta de los esclavos en Coro, también reprimida de manera cruel. Gracias a estas omisiones deliberadas, todo aparentaba ser como siempre había sido y el mundo colonial prometía permanecer sin demasiados cambios, mientras el resto del mundo se transformaba bajo el influjo de la Revolución Industrial y la Revolución Francesa.

Durante mi permanencia en América jamás encontré descontento, pero sí observé que si no existía gran amor hacia España, había por lo menos conformidad con el régimen establecido. Más tarde, al comenzar la lucha [de la Independencia] fue cuando comprendí que me habían ocultado la verdad y que en lugar de amor existían odios profundos o inveterados, que estallaron en medio de un torbellino de represalias y de venganzas. Pero lo que más me sorprendió fue la brillante carrera de Bolívar. (Alexander von Humboldt)

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