Mujeres eclipsadas por sus hombres

Creo que las mujeres sostienen el mundo en vilo, para que no se desbarate, mientras los hombres tratan de empujar la Historia. Al final, uno se pregunta cuál de las dos cosas será menos sensata. (Gabriel García Márquez)

María Antonia Bolivar

María Antonia Bolivar

María Antonia Bolívar, hermana de Simón Bolívar, se distancia de él durante los primeros años de la Guerra de la Independencia. Mientras él adhiere a la ideas renovadoras y no tarda en convertirse en uno de los conductores del movimiento en Venezuela, muchas veces derrotado y sin embargo dispuesto a no abandonar su misión, ella está relacionada con aquellos que defienden la continuidad del régimen colonial, opta con su familia por el exilio, pide la ayuda financiera del Rey de España para subsistir en Cuba, y solo regresa a su patria y se reconcilia con su hermano cuando la independencia queda sellada.

¿Puede imaginarse un par de trayectorias más opuestas? Por un lado, un hombre que se arriesga a quebrar el mundo de donde proviene, por el otro una mujer que intenta salvar lo que supone suyo, incluso en circunstancias caóticas, donde nada resulta menos sensato. Él se convierte en el Libertador, que se ha propuesto cambiar el futuro del continente (aunque fracase), mientras ella queda en la penumbra de lo doméstico, marcada por lo que cualquier observador evalúa como una traición.

Luisa Cáceres

Luisa Cáceres de Arismendi

Mujeres víctimas de la represión que sufren sus hombres, no faltan en la Historia del Nuevo Mundo. Pueden compartir los ideales de sus parejas, como es el caso de Luisa Cáceres de Arismendi en Venezuela, que sufrió una prolongada prisión, durante la cual parió a uno de sus hijos, mientras los realistas confiaban debilitar de ese modo la resistencia su marido, uno de los generales patriotas. O se trata de alguien como Facunda Speratti, en Paraguay, a quien mantuvieron informada de las torturas a las que sometían a su marido, Fulgencio Yegros, para doblegarla y llevarla a pedir clemencia a las autoridades.

La idea de una mujer que se destaque por sí misma, en atención a sus decisiones personales, es totalmente ajena a la mentalidad patriarcal del pasado. Si una mujer se destacaba públicamente, en oposición  a todo lo que esperaba de ella la perspectiva masculina, sería porque estuvo relacionada con algún hombre memorable, que la tuvo como hija, madre, hermana o esposa. La imagen de la Luna, opaca y no obstante capaz de iluminar la noche, gracias a la luz que recibe del Sol, es la que reaparece en esta concepción de la mujer.

Leona Vicario

Leona Vicario

Leona Vicario Fernández era una mujer joven y adinerada, que vivía sola tras la muerte de sus padres, cuando comenzó el movimiento independentista en México. Aportó su capital a los insurgentes, les sirvió de correo y actuó como corresponsal de guerra. Atrapada y condenada a la cárcel, se negó a revelar los nombres de sus contactos, entre los cuales se encontraban los jefes revolucionarios, Miguel Hidalgo y José María Morelos. Perdió todos sus bienes. Cuando sus amigos la liberaron, se casó con su enamorado, Andrés Quintana Roo, un abogado al que acompañó durante el resto de la guerra y los primeros años de república mexicana.

No solo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres; ellas son capaces de todos los entusiasmos, y los deseos de la gloria y de la libertad de la patria no les son unos sentimientos extraños; antes bien, suelen obrar en ellas con más vigor, como que siempre los sacrificios de las mujeres son más desinteresados. Por lo que a mí me toca, sé decir que mis acciones y opiniones han sido siempre muy libres, nadie ha influido absolutamente en ellas, y en este punto he obrado con total independencia y sin atender las opiniones que han tenido las personas que he estimado. (Leona Vicario)

Mariquita Sánchez de Thompson

Mariquita Sánchez de Thompson

Mariquita Sánchez de Thompson, en Argentina, organizadora de reuniones periódicas en su casa, es recordada no como la escritora de cartas que describen con sagacidad los aspectos no oficiales de la Historia del país, antes y después de la Independencia, sino como la amiga, la interlocutora inteligente de los más opuestos hombres célebres de la época: Rosas, Echeverría, Alberdi, Sarmiento.

Javiera Carrera, en Chile, no tenía que hacer nada notable para que la recordaran. Quiso la suerte que le tocara ser la hija mayor de una familia adinerada, hermana de José Miguel, Juan José y Luis Carrera, algunos de los fundadores de la república, a pesar de ser también la esposa de un alto funcionario español, que recibía en su casa a los partidarios de la monarquía española. Eso no le impedía ocultar a los revoltosos y su armamento en las bodegas de la casa de su marido. Mujer de familia, a quien la guerra de la Independencia llevó a comprometerse en la causa de sus hermanos, los siguió al exilio y afrontó la pobreza de  la vida en Buenos Aires (tras haber abandonado a su marido e hijos) mientras Bernardo O´Higgins, a quien ella consideraba su mortal enemigo y responsable del fusilamiento de sus hermanos, permanecía en el poder.

Javiera Carrera

Javiera Carrera

Según el testimonio de los contemporáneos, Javiera no fue una figura secundaria de esa etapa histórica, sino el motor de las decisiones de sus hermanos, que los llevaron a encabezar la llamada Patria Vieja en los momentos iniciales de la revuelta contra el poder español, y luego a enemistarse con otros patriotas, que finalmente completaron por ellos el proceso de la Independencia. Otra mujer, una viajera inglesa de paso por Chile, podía advertirlo y anotarlo en sus Diarios:

La hermana de José Miguel [Carrera] aspiraba a hacer de él un Napoleón, arrancándolo a la aturdida y borrascosa vida de joven calavera y dirigiéndolo hacia las metas del poder y la gloria. (Maria Graham)

Este es el tipo de heroína de comienzos del siglo XIX: probablemente permanece en segundo plano, sin duda necesaria, pero donde no estorba demasiado, mientras el marido o el hermano o el hijo se destacan en público. Para los contemporáneos, ella no pasa de ser el adorno, el complemento, el oportuno descanso del guerrero, que un hombre (el más notable, tanto como el anónimo) suele reclamar.

María Águeda Gallardo

María Águeda Gallardo

La Historia del Nuevo Mundo está repleta de hombres que asumen actitudes heroicas y enardecen a sus seguidores con esos desplantes. Del recato de las mujeres no se esperaba tanto.  María Águeda Gallardo Guerrero, en Colombia, enfrentó al gobernador español Juan Bastús durante un baile que se celebraba en la plaza de Pamplona, y le arrebató el bastón del mando, Ese gesto desafiante provocó el amotinamiento de los pobladores y el encierro del gobernador en la prisión.

Francisca de Zubiaga

Francisca de Zubiaga

Cuando esa mujer se destaca más que su pareja, como fue el caso de Francisca de Zubiaga, esposa del general Agustín Gamarra, es observada con extrañeza y socarronería. El hombre puede haber llegado a ser electo Presidente de la República, pero ella ha participó a su lado en la guerra de la Independencia, vestida con ropas militares, intervino en batallas, como cualquier hombre, y después de terminado el enfrentamiento bélico, se convirtió en la principal asesora de su esposo. El mote de La Generala, entonces, expresa tanto el respeto como el temor que una mujer como esa ejerce. ¿Qué ocurriría si otras mujeres intentaran lo mismo? No se la quería, tuvo que exiliarse en Chile y morir en Valparaíso.

Manuela Sáenz

Manuela Sáenz

Después de la muerte de Simón Bolívar, Manuela Sáenz, su amante y consejera, debe pagar con el destierro el recuerdo de su relación. En 1835, Vicente Rocafuerte, Presidente de Ecuador, la describe a ella y a todas las de su género, como seres capaces de fomentar la anarquía, por lo cual se siente obligado a expulsarla de su patria, con el objeto de librarse de un peligro cierto.

Las mujeres son las que más fomentan el espíritu de anarquía de estos países. El convencimiento de esta verdad hizo tomar a los ministros la providencia de hacer salir a Manuela Sáenz del territorio del Ecuador, y la interesante recomendación de que usted me hace a su favor llegó tarde, al otro día de haber tomado la resolución de alejarla de este centro de intrigas. (Vicente Rocafuerte: carta al general Flores)

Las mujeres debían permanecer en sus casas, bordando o cuidando niños, a la espera de los hombres que habrían de decirles qué debían hacer, otorgándoles el sentido que le faltaba a sus vidas. De aquellas que se desafiaban este mandato, no se pensaba demasiado bien a comienzos del siglo XIX. La igualdad de todos los ciudadanos ante la Ley, proclamada por la Revolución Francesa, había olvidado especificar en qué situación quedaban las mujeres, y aquellas que demandaron mayores garantías en Europa, precursoras como Olympe de Gouges, Claire Lacombe o Théroigne de Méricourt, no tardaron en ser marginadas.

Atrás quedaba la imagen seductora, trivial y no por casualidad destructiva, de las pocas mujeres liberadas que se recuerdan del siglo XVIII, bellezas como la ficticia Manon Lescaut, que a pesar de haber evolucionado mentalmente, no saben qué hacer con sus vidas y no tardan en arruinar a los hombres que en mala hora las encuentran. Las heroínas de la Independencia americana se ven obligadas a salir del encierro que han sobrellevado sus madres y abuelas, por causa de una guerra prolongada, que se lleva a los hombres, mientras remece los cimientos de la sociedad y les permite demostrar una capacidad para encarar situaciones conflictivas que nadie sospechaba.

Durante la ausencia temporal o definitiva de los hombres, ellas continúan criando a sus hijos, probablemente no les queda tiempo para bordar, porque también administran su capital, vigilan la producción agraria, finiquitan negocios, conducen operaciones militares, negocian acuerdos con el adversario. Pasada la guerra, sin embargo, los viejos roles de la colonia regresan, bajo la nueva apariencia que les brinda la república, y no es cosa de desafiarlos. Las mujeres vuelven a la penumbra de la que emergieron brevemente, advertidas de que no recibirán el reconocimiento que desde que existe memoria se brinda a los hombres. El veto, por injusto e inaceptable que sea, tarda mucho más de un siglo en derrumbarse.

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