América: territorio de monstruos y tesoros

Catálogo de monstruos

Catálogo de monstruos

Los viajeros europeos que después de Colón se llegaron al Nuevo Mundo, con la misión de explorarlo, cristianizarlo y ver la manera de sacarle el mayor provecho posible a la explotación de sus recursos naturales, tropezaban con una realidad desconocida, que presentaba grandes obstáculos para cualquiera que intentara descifrarla,  y (antes de eso) con prejuicios personales que los condicionaban hasta impedirles ver lo que no esperaban y llevarlos a opinar, sin haber investigado antes.

Difícil empresa es la que acometo en querer descifrar las costumbres e inclinaciones de los Indios, y definir o apurar puntualmente las verdaderas propiedades de sus genios. Si se miran como hombres, parecen desdecir de la excelencia del Alma la corta comprensión de sus Espíritus tan sensiblemente, que apenas se pude concebir de ellos otra idea, que la de su semejanza a las Bestias. (Jorge Juan y Antonio de Ulloa: Relación histórica del viaje a la América meridional)

Si no se consideraba humanos a los nativos (o al menos, seres no del todo humanos) gran parte de los escrúpulos de los bien pensantes podían ser dejados de lado. Robarles y esclavizarlos no hallaba más objeciones que las que hubiera podido suscitar la utilización de animales domésticos como los caballos o las gallinas, que habitualmente se sacrifican para beneficio humano.  Matarlos, en el caso de que se rebelaran, era defenderse de animales peligrosos, que no aceptan la misión que se ha decidido para ellos.

El desconocimiento no suele aceptar que lo expongan tal como es; en el mejor de los casos, como una etapa intermedia en el proceso de adquirir conocimientos, en la que todavía falta mucho por investigar, antes de publicar lo que efectivamente se ha llegado a saber. A comienzos del siglo XVI, apenas una década después del primer viaje de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo, en el mapa conocido posteriormente por el nombre de sus dueños, Richard Hunt y James Lenox, se  intentó representar sobre una esfera de cobre la totalidad del mapa de la Tierra.

El autor tropezó con la evidencia de que había vastas regiones desconocidas para él y sus contemporáneos, o en el mejor de los casos conocidas tan solo por referencias no demasiado confiables, de unas pocas fuentes, que a pesar de todo no podía darse el lujo de omitir. Por lo tanto anotó una idea que no le pertenecía, porque tiene numerosos antecedentes desde la Antigüedad.

Hic sunt dracones [aquí hay dragones].

Ilustración del Viaje a Guyana de Walter Raleigh

Ilustración del Viaje a Guyana de Walter Raleigh

En los mapas de Tolomeo, trazados durante el segundo siglo de nuestra era, figuraban presencias exóticas, pero no del todo irreales, como caníbales, elefantes e hipopótamos. ¿Alguien había tenido la experiencia directa de estos seres amenazantes? Probablemente  se trataba de relatos de viajeros, que el geógrafo a falta de mejor prueba, para no denunciar su ignorancia, daba por ciertos. Marco Polo, durante el Medioevo, describió de manera fascinante pero indemostrable (por fantasiosa) su paso y estadía en países de Oriente que Europa desconocía.

Algunos de los pocos europeos que afrontaron el riesgo de internarse en el territorio desconocido del Nuevo Mundo, al regresar podían darse el lujo de adornar sus relatos con exageraciones de distinto calibre, destinadas a provocar el asombro de quienes los oían, de los lectores que compraban sus libros cuando se decidían a editarlos, sin encontrar a muchos que estuvieran dispuestos a contradecirlos.  Cuanto mayor fuera la extrañeza despertada por esos textos y dibujos, mejor. Después de todo, no era el conocimiento lo que importaba, sino la emoción de lo improbable que despertaban.

Los monstruos son expresiones del pecado de ser lo otro. (…) Lo monstruoso solo existe en relación a un orden establecido, como oposición a una cultura superior, es decir, lo monstruoso representa la asimétrica relación que existe entre la “naturaleza americana” y la “civilización europea”. (Gastón Carreño: El pecado de Ser Otro. Análisis a algunas representaciones monstruosas del indígenana americano (siglo XVI-XVIII)

Acéfalos de Guyana

Acéfalos de Guyana

Durante el Medioevo, los mapas podían poblar de serpientes gigantescas, leones, escorpiones, hombres con un solo ojo o caníbales con cabezas de perro a discreción, los territorios distantes y mal documentados. Entre los siglos XIII y XV, los dragones y unicornios fueron representados en zonas distantes de Asia y África. Regiones no exploradas, lejos de prometer manufacturas novedades y ganancias enormes a quienes se atrevieran a utilizar algunas de las escasas rutas disponibles para el comercio, se encontraban aparentemente acechadas por seres temibles, que el común de la gente prefería evitar. Puestos allí, los monstruos cumplían un rol disuasivo, como los perros que cuidan los hogares y se anuncian con ladridos, para ahuyentar a desconocidos.

En la era de los exploradores y conquistadores, que se vivió tras los viajes de Colón, las potencias europeas comenzaron a tomar posesión de los nuevos territorios, con el objeto declarado de sumarlos a la cristiandad, según se afirmaba en las solicitudes de autorización que elevaban al Papa, y también con la intención de hacer pingües negocios, aprovechando la abundancia de materias primas y la habitual indefensión de los nativos. En algunas regiones de las Indias había tesoros tan codiciados como perlas y oro, que cualquier explorador hubiera considerado un botín irresistible, y por todas partes tesoros menos evidentes pero destinados a cambiar la vida de todo el mundo, como los tomates, el chocolate, el tabaco, el maíz y las papas.

Walter Raleigh partió por primera vez hacia el Nuevo Mundo en 1578, acompañado por su hermanastro, Humphrey Gilbert. Los ingleses se planteaban la fundación de una colonia en América del Norte, que fracasó al poco tiempo de instalada. Lejos de caer en desgracia, Raleigh se convirtió en uno de los favoritos de Elizabeth, la llamada Reina Virgen (por quien los nuevos territorios obtuvieron el nombre de Virginia) hasta que quedó al descubierto su matrimonio secreto con una de las damas de palacio, una situación que le mereció la expulsión de la corte, más una acusación de conspirar contra la corona, por lo que fue conducido a la cárcel.

Deseoso de recuperar a los privilegios anteriores, Raleigh organizó una expedición para encontrar El Dorado, la ciudad fabulosa que los informantes situaban  en el lago Parima, nacimiento presunto del río Orinoco, en el territorio de la actual Venezuela. Eso que nadie había visto, podía ser dibujado y algunas de las mentes mejor informadas de la época, podían ser convencidas de su existencia. Después de haber convencido a la Reina de autorizar una expedición, Raleigh armó una flota de cinco barcos. El informe que escribió en 1596, intentaba convencer a la anciana Elizabeth de que había enormes riquezas en esa comarca desconocida. y que los indígenas ansiaban liberarse de la tutela española, para aceptar la inglesa.

Representación de Manoa

Representación de Manoa

La muerte de la Reina puso fin a los favores que había obtenido Raleigh. Bajo el reinado de su sucesor, Jaime I, Raleigh fue condenado a la cárcel, por traición y desposeído de sus bienes. Cuando recupera la libertad, trece años más tarde, vuelve a intentar un viaje a Guayana. Llega hasta Trinidad, pero se siente sin fuerzas para continuar la búsqueda de El Dorado. Manda a su hijo Walter, que muere en un enfrentamiento con los españoles. Desalentado, regresa a Inglaterra, donde lo espera un nuevo juicio y condenado a muerte. Durante su última aventura, había atacado a lo que se consideraba una nación amiga y debía pagar cara su espontaneidad.

La inmensidad del territorio del Nuevo Mundo y las dificultades que presentaba para reconocerlo, brindaban la oportunidad para ubicar en él todas las expectativas acumuladas durante siglos por los habitantes del Viejo Mundo. Francisco de Orellana, por ejemplo, el primer español que recorrió el río Amazonas y le dio ese nombre, esperaba encontrarse en algún punto con mujeres guerreras temibles, con un seno cortado para mayor comodidad en el momento de disparar sus flechas. Algo parecido le había anunciado su intérprete, un indígena tupí. Si se arriesgaba, era porque esperaba llegar al País de la Canela, donde se cultivaba esa especie tan codiciada. Por lo tanto, no dudó en describir los combates que había tenido con estas guerreras mitológicas para dar mayor brillo a su hazaña. Un historiador que no se había movido de Europa, algunas décadas más tarde, tendía a descreer de esas historias asombrosas.

En cuanto a las amazonas, juzgaron que el Capitán Orellana no debiera dar este nombre a aquellas mujeres que peleaban, ni con tan flacos fundamentos afirmar que había amazonas, porque en las Indias no fue nueva cosa pelear las mujeres y desembarazar sus arcos, como se vio en algunas islas de Barlovento y Cartajena y su comarca, adonde se mostraron tan animosas como los hombres. (Antonio de Herrera y Tordesillas: Décadas)

.En el Nuevo Mundo se volvía creíble cualquier maravilla o monstruosidad que la mente humana hubiera imaginado en el pasado o el presente. La idea de situar de este lado del océano el Paraíso Terrenal, fue una de las hipótesis elaboradas por Cristóbal Colón, que no tardó en abandonarse, pero otras improbabilidades propuestas por la Biblia o los cuentos de hadas, continuaron vigentes durante siglos.

Un día vimos a un hombre desnudo, de estatura gigante, en la orilla del puerto, que cantaba, bailaba y arrojaba tierra sobre su cabeza. [Magallanes] envió a uno de nuestros hombres al gigante, para que realizara las mismas acciones, como signo de paz. Una vez hecho esto, el hombre llevó al gigante a un islote en el que el capitán general estaba esperando. Cuando el gigante estuvo en la Capitanía General, (…) hizo las señales con un dedo levantado hacia arriba, en la creencia de que habíamos llegado del cielo. Era tan alto que le llegábamos solo hasta la cintura y estaba bien proporcionado. (Antonio Pigafetta: La primera vuelta al mundo de 1520)

Gigantes de la Patagonia

Gigantes de la Patagonia

De acuerdo a Antonio Pigaffeta, viajero que acompañaba a Magallanes y uno de los pocos sobrevivientes que completó la hazaña de circunvalar el planeta, los patagones (término que tal vez fue derivado del portugués pata gau) eran enormes y probablemente lo fueran en comparación con los desnutridos europeos de entonces, que no solían medir más de un metro y medio de altura. La Patagonia pasó a ser denominando regio gigantum (región de gigantes) en los mapas. Aunque los viajeros posteriores, como el capitán Byron, no llevaron evidencias de gigantes a Europa, sus historias continuaron alimentando el mito de una remota región del mundo, donde habitaban hombres de casi tres metros de alto, para disfrute de los lectores ansiosos de aventuras exóticas.

La costa de Puerto Deseo es habitada por gigantes de quince dieciséis palmos de alto. Yo mismo he medido la huella de un pie en la playa, que era cuatro veces más grande que la nuestra. Medí también los cadáveres de dos hombres recientemente enterrados, que tenían catorce palmos de largo. (Charles Debrosses: Historia de la navegación a las tierras australes)

Alejandro Malespina

Alejandro Malespina

A medida que las visitas de europeos se vuelven más frecuentes, durante los dos siglos siguientes, no resulta casual que la estatura de los patagones disminuya. Para el pensamiento moderno, no era cosa de creer en cualquier cosa, sino de demostrar lo que se afirmaba. En los últimos años del siglo XVIII, llamado de la Ilustración, por el inusitado desarrollo científico que experimentó Europa, Carlos III de España, un monarca abierto a las novedades, autorizó una expedición de los sabios más notables de la época, conducida por el capitán Alejandro Malaspina, en lo que se anunció como un “Viaje científico y recreativo alrededor del mundo”. Ellos se habían propuesto recorrer las colonias españolas distribuidas por América y Asia, para traer mapas confiables y una descripción veraz de la flora, la fauna y la gente.

En las últimas cuatro décadas del siglo XVIII, una asombrosa cantidad de expediciones científicas recorrieron el imperio español. Expediciones botánicas a Nueva Granada, México, Perú y Chile, reuniendo un completo muestrario de la flora americana. La más ambiciosa de aquellas expediciones fue un viaje hasta América y a través del Pacífico por un súbdito español de origen napolitano, Alejandro Malaspina. (Felipe Fernández-Armesto: Los conquistadores del horizonte. Una historia mundial de la expoloración)

Malaspina incluye en su expedición a José del Pozo, un pintor encargado de representar gráficamente lo que encuentran. Sus imágenes pueden estar influidas por el clasicismo entonces de moda en las artes pláticas, pero sin duda ofrecen una visión nada monstruosa de la sociedad patagónica.

Pocos hombres se hallan en mejor proporción para llamarse dichosos y estar contentos de con su suerte como los Patagones: disfrutan de los esenciales bienes de la sociedad sin sujetarse al sinnúmero de penalidades que una vida demasiado refinada trae consigo; gozan de una salud robusta, hija de su sobriedad, y de que no conocen (…) la gula y la lujuria; tienen una anchurosa libertad en satisfacer sus limitados apetitos. (Alejandro Malespina)

El informe de Malaspina, presentado al nuevo rey, Carlos IV, en 1794, cinco años después de haberse iniciado la expedición, contenía no solo una descripción de la flora y fauna, sino recomendaciones políticas respecto de las autoridades españolas que se habían encontrado y el consejo de otorgar mayor autonomía a las colonias. Esto le valió al explorador un juicio por conspiración y la condena a diez años de prisión. La pena fue conmutada siete años más tarde, por la expulsión de España.

Tadeo Haenke

Tadeo Haenke

Entre los sabios de Malaspina hubiera debido estar Tadeo Haenke, un botánico de centro Europa que llegó tarde al puerto de Cádiz, se embarcó hacia Montevideo, su barco naufragó en el Río de la Plata, comenzó en Uruguay su recolección de plantas, llegó a Buenos Aires de nuevo tarde para incorporarse a la expedición y a partir de allí continuó solo un viaje que lo llevó de Buenos Aires a Santiago de Chile. Encontró a la expedición de Malaspina en Valparaíso, viajó con ellos hasta Perú, donde solicitó permiso para regresar a Buenos Aires atravesando lo que hoy es Bolivia. Adonde Haenke iba, continuaba su recolección de muestras botánicas. Haenke no volvió a Europa después de iniciarse el proceso de la Independencia americana. Vivió el resto de su vida en Cochabamba, realizando excursiones que le permitieron describir en detalle las riquezas que ofrecía el territorio americano. La realidad del Nuevo Mundo no necesitaba apoyarse en ficciones para motivar las búsquedas de un científico.

En un continente donde la variedad de climas y la asombrosa diversidad de sus plantas y producciones, en los reinos animal, vegetal y mineral, presenta una fuente de abundancia donde pueden hallarse y se hallan preciosos, inestimables tesoros, capaces de prolongar por mucho tiempo la corta duración de nuestra vida, ¿qué lugar por recóndito, qué clima por más rígido, ardiente e insano, qué camino por áspero y fragoroso que haya sido, no se han hecho para mí teatro de mis investigaciones botánicas? (Tadeo Haenke: Carta al Virrey de Buenos Aires, 1810)

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